Miércoles 17 de junio. Noche.
Como siempre que salgo a una nueva etapa, pongo en el navegador un pueblo o ciudad en la dirección hacia la que quiero ir. Hoy tenía previsto acabar la jornada en Oslo, pero como aquí no tengo sitio para dormir, pongo en el navegador un pueblo de hacia el Norte. Trondheim es la ciudad grande en el otro lado de Noruega. En la costa atlántica.
Para mí Trondheim es el destino. Tiene nombre de destino. No está en el Circulo Polar Ártico y no me sirve como destino. Pero su nombre es un faro durante todo el viaje. Y Trondheim ya está aquí. 500 km. Demasiados para hacerlos esta noche, pero lo pongo ya en el navegador. Miro en el mapa pueblos cercanos a Oslo, que me puedan servir para dormir. Los guardo como destino en el navegador: Moelv y Tretten. Todo a distancia asequible. No me suenan sus nombres de nada y no sé si encontraré algo para dormir. Pero los quiero tener guardados por si me da un ataque de sueño y necesito encontrar un refugio inmediato. Le pido al navegador que me lleve dirección Trondheim y salgo hacia el Norte por autopista.
No tengo ni dea de qué me voy a encontrar, si habrá hoteles en los pueblos o no. Por si no hay hoteles, tengo un saco de dormir en el maletero y puedo dormir en el coche. No es lo que más me apetece, pero es posible que suceda si no has preparado nada el viaje, como es mi caso. Ni una reserva, ni una llamada para enterarme. Durante todo el recorrido, nunca he tenido ni idea de a qué horas iba a pasar por los sitios, por lo que no podía preparar nada. Ni quería. Hasto Oslo sé que encuentro hoteles diseminados por cualquier sitio. Más caros o más baratos. A partir de ahora no tengo ni idea de qué voy a encontrar.
Me han dicho que en algunos pueblos alquilan habitaciones en casas particulares, pero no me voy a atrever a llamar a una puerta de una casa particular si llego tarde. «Rom til leie» es lo que debe poner en los carteles de las casas con derecho a habitación. Bueno, ya veré.
En la salida de Oslo pone que el destino está a 515 kilómetros. Es normal, siempre hay discrepancia entre los carteles y el navegador.
Los primeros 40 kilómetros se recorren con facilidad. Pero la autopista dura poco. Llegan obras.
Rápidamente queda claro que no se trata de «unas obras» cualquiera. Me recuerdan a las de la M-30 madrileña.
E inmediatamente comienza a suceder lo que más me saca de quicio cuando conduzco. Las señales de la carretera indican Trondheim en una dirección y el navegador se empeña en mandarme por otra. Es evidente que el navegador tiene información de las restricciones al tráfico que hay en la carretera, pero es de suponer que quienes hacen las obras también y que las señales provisionales que ponen tienen en cuenta factores que el navegador no puede conocer.
Lo peor es que, encima, al final uno no puede saber qué le hubiera convenido más, si hacer caso al navegador o no. Prefiero ir lento pero seguro y decido hacerle caso a las señales de la carretera. No hay tráfico, pero avanzo muy despacio en las obras que me llevan y me traen no sé bien a dónde. Las posibles instrucciones están en Noruego y mi desconcierto es grande. Ahora mismo pagaría todas mis riquezas por que alguien me diga hacia dónde debo tirar. La voz del navegador insiste en llevarme por otro sitio en cada rotonda y me advierte: «Se acerca a una zona con restricciones de tráfico». ¿Una? El tráfico está restringido en todos lados, los desvíos son continuos. Hay carreteras cerradas y desvíos en cada kilómetro.
A todo esto, el navegador me anuncia por su recorrido un promedio de 50 km/h hasta Trondheim. El navegador siempre anuncia promedios bajos. Pero ¿50?. Su camino tiene que ser muy malo.
El único consuelo, con todo este lío de obras y carreteras, es que el paisaje es bonito y la luz rara. Es una luz de leche, que no he visto en otros sitios.
De pronto me doy cuenta de que la luz viene del Norte. En Francia, con esa larga puesta sol, estuve pensando y acordé conmigo mismo que si el sol no llega a ponerse del todo, quiere decir que el punto ése en el que no se pone es el mismo por el que sale. Si el sol se pone y sale por el mismo, Este y Oeste coinciden. En mi acuerdo deduje que ese punto por el que Este y Oeste (solares) coinciden, sólo podía estar al Sur. ¿Por qué al sur? Pues porque con mis cabeza española me parecía imposible que fuera el Norte por donde no se pusiera el sol.
Sin embargo, en esta carretera, que va hacia el Norte, la luz está al fondo. El navegador lo confirma, sin duda ninguna. Señala el Norte hacia donde está la luz. Está claro, además. No tiene ningún sentido que el punto de coincidencia sea al Sur. ¿Cómo iba a verse desde Noruega mejor que desde el España, un punto de coincidencia en el sur?
Yo tenía pensado titular, ya desde Francia, algo así como Este y Oeste coinciden en el Sur. Pero acabo de descubrir que la luz viene del Norte. Coinciden en el Norte.
Estoy feliz. Me doy cuenta de que tengo que estudiar, pero estoy feliz. He leído alguna vez, de pasada, qué es lo que ocurre. Pero explicado de esa manera en la que uno (yo) no lo entiende. Me acuerdo de que con diez años le pregunté a mi padre cómo funcionaba el motor de un coche. Él me contestó que eso era muy complicado. No me rendí. Le dije: «Si tú quieres yo lo entiendo». Desde entonces es así como quiero que me expliquen a mí las cosas.
La felicidad llega a sobresaltos. En 45 minutos hemos recorrido 57 kilómetros (El coche, el navegador y yo). Un promedio mucho mejor del que anunciaba el navegador.
Que insiste en desviarme.
Y que como no le hago caso me castiga con más kilómetros y con llegar más tarde. (Comparado con la indicación anterior)
Yo, para que se fastidie, corro más. No hay nadie en la carretera y los pueblos por los que paso no tienen hoteles ni sitios en los que pueda parecer que pueda dormir. Voy feliz con mi descubrimiento y mi pelea con el navegador, pero empiezo a tener ganas de parar.
Algo dentro del navegador seguro que se ríe cuando empiezo a frenar. Hay más obras. Insisto en no hacerle caso.
La luz se mantiene igual. De leche.
Al final de ese mismo mismo lago, veo un pueblo grande. Una ciudad que no tenía prevista. Aquí seguro que encuentro algo.
Cruzo por el puente que me lleva. Veo otro puente.
La ciudad es Lillehammer. Tiene varios hoteles, pero no encuentro plaza. Hay una conferencia de la OTAN, me aseguran en un hotel, cuyo cocinero-recepcionista llama muy amablemente al resto de hoteles de la ciudad. Me consigue una habitación.
Apunto los datos de consumo del coche. Son datos desde la entrada a Noruega. Está mezclada la autopista con el recorrido por dentro de Oslo y esta carretera con obras. Un dato poco valioso, pero es lo que tengo.
Antes de acostarme subo a la terraza del hotel a beber una cerveza. Foto de Lillehammer desde la terraza del hotel. La luz viene del Norte y es de leche.