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El progreso es plano y con puentes. Sexto día. Tarde.

Volkswagen Golf. Del trópico al Ártico. Autopista A-10. Francia.

Francia es el progreso. O al menos la autopista que recorre Francia de Sur a Norte, por el Oeste, la que va desde Irún hasta Bélgica, es el progreso.

Nunca me había fijado hasta este viaje. Es una autopista cuidada en cada detalle. Lo que en algunos lugares se llama curiosa. Sólo tiene dos carriles y por tanto hay autopistas mejores. Pero nunca he visto ninguna con tanta información y rematada con tanto esmero. Se da información de todo, incluso en inglés y español de algunas cosas, avisan a menudo de la distancia de seguridad, informan de las marcas de las gasolineras que se avecinan y de lo que cuesta el combustible en cada gasolinera, de los radares con carteles grandes, de las ciudades. Infinitas áreas de descanso grandes y limpias, con bolsas de basura y servicios y guardaraíles a ambos lados de la calzada con mucha frecuencia. Y no un guardaraíl cualquiera. Un guardaraíl perfectamente rematado contra algún lugar sólido. No se dejan guardaraíles abiertos. Siempre terminan en algún lugar.

En fin, un primor de autopista de dos carriles. Aburrida como ella sola. Toda llana, toda recta, con asfalto en perfecto estado, todo el rato con el paisaje idéntico y a 130 km/h de velocidad máxima. Una autopista perfecta, para cruzarla dormido.

Hasta que llega un puente. Imponente, majestuoso, enorme.

¿Un puente para qué río? ¿Cuál es el río europeo tan enorme que pasa por aquí? ¿Cuántas veces he pasado este puente? No tengo ni idea de qué río es, ni he visto nada antes del puente. ¿Cómo puede ser que no me conozca un río de este tamaño? ¿Cuál hay que desemboque en Burdeos? Al volver regreso a la escuela.

Me fastidia mi ignorancia pero no puedo parar a mirarlo en internet. París todavía está lejos.

Y antes hay que repostar.

A las 9:15 de la noche el sol avisa por el espejo de que ya es la hora. Le robo la foto por si acaso.

Luego me da otra oportunidad.

El sol se ha puesto alrededor de las 9:45. Quedan muchos kilómetros hasta Copenhague, que es el destino intermedio que he fijado en el navegador.

A los 35.000 km del coche, el medidor de consumo indica que llevo gastados 6,5 l/100km desde que salí de Madrid. En estos 1.175 km siempre he llevado una velocidad de crucero de alrededor de 130 km/h.

Con un promedio de 111 km/h.

Cerca de París, ya de noche, cuando el tráfico es escaso, encuentro una desviación chapucera, hecha con conos y de cualquier manera. Voy entre conos por el carril central del vial en sentido inverso. Es peligroso. Los conos no están perfectamente alineados y en la entrada me ha costado saber por dónde debía ir. Una manchita en el progreso. He visto obras peor señalizadas que estas en miles de lugares civilizados. En Marruecos, por supuesto. Los operarios trabajaban en la autopista dentro de la calzada sin señalización previa. El primer aviso era un cono y, 10 metros después, el segundo aviso era el operario.

Quiero decir que se trata de un desvío señalizado con los estándares europeos normales, no con el mimo que he visto en el resto de la autopista francesa.

Cuando llego a París cae un chaparrón fuerte. En pocos minutos, el periférico se encharca, con muchas zonas peligrosas de embalsamiento de agua. En el periférico hay que conducir con mucho cuidado cuando llueve. En la foto el suelo todavía está poco mojado. Poco después ya no puedo hacer más fotos, que tengo que conducir.

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