Miércoles 17 de junio. Tarde noche.
La frontera está a poco más de 100 kilómetros de Oslo. La autopista, parecida a la de Suecia. Menos cuidada y algo más estrecha. El límite, 100 km/h.
Las rocas también son claras, como al otro lado de la frontera.
Primer puente que fotografío en Noruega. La barandilla es color cielo sin nubes.
En el peaje no tiene barrera. Es la primera que veo un peaje sin barrera. Por la derecha pasan los del «Teletag» a velocidad alta, posiblemente a más de 60 km/h. Casi todos pasan por ese carril. Yo quiero pagar con tarjeta de crédito porque no tengo monedas noruegas. No veo por dónde pasar la tarjeta. Miro, incluso me bajo del coche a mirar, sorprendido de que no se pueda pagar con tarjetas. Sólo se admiten monedas. Estoy tentado de colarme. No me van a impedir pasar porque no tenga monedas ¿no?
Finalmente reculo, remiro los carteles del peaje, que quizá me haya pasado de frenada. Lo de Mynt podría haber significado tarjeta.
Después de hacer la foto, a la izquierda del «Stengt/Closed» veo un cartel más, que pone Manuell (o algo así). No lo vi antes. Me dirijo, le digo al hombre que no tengo monedas, sólo tarjeta de crédito. «Card is ok«. Magnífico. No me explico que tengan a una persona para pasar las tarjetas de crédito y que el resto sea automático.
Desde que tengo uso de tarjeta de crédito, he pagado todos los peajes por los que he pasado con tarjeta, sin asistencia de nadie, a través de una ranura vertical u horizontal situada en un poste. Siempre ha funcionado bien ese sistema, aunque alguna vez te quedes sin recibo (como me pasó en Francia hace unos días). Normalmente, además, en los carriles de tarjeta no hay cola o hay menos.
(Ahora recuerdo, al escribir, que una vez al entrar en Italia desde Suiza por el Lago di Como (En este viaje) no pude pagar con tarjeta de crédito. Pero es la única vez desde que tengo uso.)
(Cuando yo era pequeño, no había tarjetas de crédito. No sé en qué año llegaron a España. Mi padre pasaba por los peajes con las monedas en la mano a unos 10 km/h (o la velocidad que fuese) y las tiraba al pasar por el cesto, sin detener el coche (Y sin mirar el cesto, supongo, para no estamparnos contra los bordillos). Normalmente la máquina tardaba mucho en contar las monedas y teníamos que parar dos metros después para no tragarnos la barrera. En el mejor de los casos. Alguna vez hubo que recular a poner una moneda que faltaba o que no había encestado. Era la versión Picapiedra de los «Teletags». Los mayores también se divierten como pueden. Que yo sepa nunca tropezó con la barrera, que tardaba en abrirse. Pero de los padres se ignoran muchas cosas.)
Pago sin dificultad al hombre que habla poco inglés y me adentro en la desconocida Noruega. Nunca he estado antes. Tras el peaje ya estoy dentro dentro.
Dentro del túnel…, con puntos suspensivos, como dicen los navegadores. Porque tengo la sospecha de que el peaje se debe a este túnel.
(En Noruega tienen cientos de túneles, en las ciudades, en las carreteras, bajo el mar. Donde sea. Desconozco el motivo. Quizá en invierno sea más fácil de mantener un túnel que un puente. También desconozco si es más caro realizar un túnel en roca. Muchos de sus túneles parece que están horadados y punto. Sin refuerzos adicionales. La roca debe encarecer por un lado y abaratar por otro. Algunos están muy bien rematados, como éste de la foto, para algo es de peaje, y otros son de roca vista.)
A la salida del túnel avisto un rescoldo de sol a la izquierda de la carretera que me lleva a la ciudad. No es una puesta formal pero, como siempre, fotografío por si acaso.
En Oslo están de obras, o eso le parece al navegador. Yo le obedezco, qué remedio, aunque me lleva por sitios muy raros. Entro a la ciudad por este puente provisional de apariencia provisional.
Mi intención es ir al centro de la ciudad y buscar un hotel. Sin querer, estoy en un túnel.
Para cuando consigo llegar al centro, resulta que aquí también hay un concierto. Encuentro finalmente una habitación en un «Budget hotel». 700 Coronas Noruegas, por una habitación sin baño. Me parece cara. No tengo ni idea de a cuánto está la Corona Noruega, pero la cantidad suena muy alta. O la chica me lo dice con miedo. Me parece caro. Le pregunto si eso es barato para Oslo. Muy amablemente me contesta que no. Que es caro. Que hay un concierto y todo está lleno. Ni miro la habitación, salgo en busca de un pueblo sin conciertos, que en todos los países del mundo los hoteles de los pueblos son más baratos que los de las ciudades.
Al salir de Oslo reparo en que no he hecho ni una foto a la ciudad. Me queda este edificio en el campo de visión. Disparo.