Martes 16 de junio
En Francia duermo seis horas en un hotel de la autopista. Pongo Copenague en el navegador. Unos 1.100 kilómetros. La aduana con Bélgica está muy cerca de donde duermo. Pago el último peaje en Francia. Desde España a Bélgica las autopistas francesas cuestan unos 60 Euros.
A la entrada de Bélgica hay un cartel pequeño que indica las limitaciones de velocidad en el país. Cuando me entero de qué se trata, ya casi lo he pasado. Voy despacio, porque la frontera es aparatosa, con carriles, pero da igual. Para ver ese cartel hay que pararse (al menos yo) y no es lugar apropiado para pararse. Incluso aunque hubiera decidido parar, me hubiera pasado de frenada. Ya me enteraré. Sigo.
Error. En Bélgica no hay indicaciones de velocidad en las autovías que recorro. Atravieso el país sin saber cuál es la velocidad máxima permitida. Me acomodo al tráfico. Tampoco veo policía. El estado del firme es muy bueno en algunos lugares y regular-malo en otros. Hay pocas señales en general. Su cuidado no es ni parecido al de las autopistas y autovías francesas.
Cruzo la frontera con Alemania y no he visto ninguna indicación. Me doy cuenta cuando veo las señales, que son las de siempre en Alemania.
Pero como no he visto ningún cartel, me paro en un arcén ancho, por lo menos de tres metros en un lugar en el que el guardaraíl se ensancha especialmente, en la raqueta de incorporación a la autopista hacia Colonia que viene después de esta señal.
La policía no tarda en llegar, le pregunto si habla inglés, me dice que un poco y me pregunta si tengo alguna avería. No tengo avería, estoy intentando situarme en el mapa. No sabía si estaba en Bélgica o en Alemania. Ahora ya lo sé. «No puede parar en el arcén de las autopistas. Está prohibido. Hay muchos accidentes por esta causa. La documentación suya y la del coche, por favor.» Su inglés es muy bueno y eso ayuda a que nos entendamos. Le doy los papeles y le digo que no estoy en la autopista, que eso es una camino auxiliar (¿Cómo se dirá raqueta de ese tipo en inglés, será lo mismo?) y que por ese lugar los coches tienen que pasar despacio, porque salen de una rotonda. (Lo de rotonda sí es fácil en inglés, creo que las inventaron ellos o al menos yo las vi por primera vez en las carreteras inglesas.) «Hay muchos conductores estúpidos que se despistan y chocan contra los coches parados en lugares así. Es muy peligros, está prohibido y la sanción es de 30 Euros. ¿Tiene tarjeta de crédito?». Le da mi tarjeta a su compañero que se va con ella. Él se queda en el coche. Estoy en Alemania. No sufro por mi tarjeta. Le ofrezco una chocolatina al poli mientras esperamos. No la acepta, un poco azorado. Viene con la tarjeta, firmo, y antes de salir me dice que por favor no vuelva a hacerlo. Le digo que no, que tiene razón. («You are right»)
Lo cierto es que el motivo de mi parada, mi necesidad de enterarme de si estaba en Bélgica o Alemania era por saber cuánto podía correr. En cuanto me he dado cuenta de que podía estar en Alemania me he dado cuenta de que nunca me había acercado a 200 km/h con el Golf. Nunca he ido así de rápido con él. Nunca he pasado de 150 km/h que yo recuerde. Si estoy en Alemania puedo correr, quizá medir su velocidad máxima de forma aproximada. Estoy enfadado con la multa, porque es culpa mía y el poli tiene razón. Y a la vez contento porque ha sido poco dinero.
Arranco y en la autopista no hay demasiado tráfico para los estándares alemanes. Recién incorporado no sé si es zona de velocidad libre o no. Voy a menos de 120 hasta ver qué hace el resto de coches. Ninguno parece pasar de 120. Es zona limitada. Después de muchos kilómetros, casi 100, tengo la primera oportunidad de acercarme a 200 km/h. Hay demasiado tráfico. No es posible probar la velocidad máxima.
El tráfico no es rápido, no hay zonas sin límite de velocidad largas, alguna es tan absurdamente corta que cuando todavía estás acelerando ya tienes que empezar a frenar porque llega la limitación. Lo que sí hay son puentes. Desde que titulé con los puentes, no puedo dejar de fijarme en ellos. Hay muchos. Muchísimos. El progreso es lo que tiene. Como la gravedad, no descansa y está por todos lados. También cerca de Colonia.
No todos son tan espectaculares. Puentes planos, de los de toda la vida, de los que aquí parecemos no dar importancia, hay cientos.
Puentes que se aprovechan para dar indicaciones desde lo alto. Algunas, también sin puente tan sólido, dan buena información.
Cerca de Colonia y en todos sitios. Definitivamente, me gustan los puentes.
Por desgracia no todo son puentes. El progreso también tiene obras. Imagino que a causa de la crisis, más obras. Muchas obras. Muchísimas obras. Éste y el de la limitación a 120 km/h son los carteles más frecuentes de las autopistas alemanas.
Que invariablemente va seguido de este otro.
Y siempre (casi siempre) seguido de un paso estrechísimo. Como éste.
Cuando después de las obras se abre una autopista ancha, sin límite de velocidad, el progreso convence.
Creo que la torre de comunicaciones que se ve al fondo es de Dusseldorf. Bonita ciudad para pasear cerca del río y tomar una cerveza fabricada en los propios bares. Pero como no estoy seguro de si es Dusseldorf o no, continúo.
Principalmente porque el progreso no descansa y pronto llegan otras obras con mucho atasco, por suerte en sentido contrario. En nuestro lado la lentitud es tolerable. Límites de 30 y 40 km/h son frecuentes en las obras. Mucho mejor que estar parado.
Seguido finalmente por un lugar en el que puedo poner el Golf a todo lo que da. La zona hace una ligera bajada.
Al acelerar a fondo ha llegado a más de 200 km/h en sexta y luego ha puesto la séptima relación. Luego de la foto, la carretera se hace más plana y la velocidad con el acelerador a tope se estabiliza en torno a 215 km/h de marcador.
No hay mucho tiempo para pruebas. Enseguida llega otra obra, otro desvío y otro atasco.
Este atasco es largo largo. Tengo que organizarme para pasar de noche por Alemania, porque los atascos en sentido sur son interminables.
Interminables como las obras y los pasos angostos.
(En los 650 kilómetros que he recorrido por Alemania he pasado por lo menos por diez lugares de obras como los de estas fotos. Y sólo he podido circular a más de 120 km/h en cinco o seis tramos, nunca de más de 10 o 15 km de extensión. La velocidad media por las autopistas alemanas ha sido de 114 km/h. Siempre he circulado al máximo permitido. El consumo, penalizado por los acelerones a tope a la menor oportunidad, ha sido de 7,2 l/100 km. Superior al obtenido desde Madrid hasta la frontera belga (1.454 km recorridos a 111 km/h de promedio y 6,5 l/100 km de consumo. En los 301 km recorridos por Bélgica el promedio ha sido de 115 km/h, uno más que en Alemania, con un consumo de 6,3 l/100 km)
Se acaban las famosas autopistas alemanas (cuya calificación, como las empresas de rating, ya he puesto en revisión) y se ve el mar. Alemania tiene mar. Quién lo diría.
Tiene mar y carreteras de doble sentido. Pero lo que intento es fotografiar el sol en el ocaso, que no sé si luego tendré oportunidad.
El progreso es plano y con puentes. Ya lo decía yo.
El navegador me lleva a Copenague.
Me lleva a través de un ferry. Eso no lo sabía yo. Me acabo de enterar.
Estimo la posibilidad de volver, pero me da pereza dar toda la vuelta que ahora sí veo en el mapa por dónde pensaba yo que íbamos y por dónde vamos. Aunque el objetivo sea hacerle kilómetros al Golf, quiero llegar hoy a Copenague. Voy para el Ferry.
Me subo también porque así hago el viaje simétrico. Un ferry hacia el sur y otro hacia el norte.