Viernes 19 de junio. Día.
Llega la última etapa de mi viaje. Del Trópico de Cáncer al Círculo Polar Ártico. Empecé en Marruecos y durante diez días de viaje (con escala larga en Madrid) hoy voy a llegar al Círculo Polar Ártico, con toda seguridad. Aunque sea a pie. Sólo me quedan 80 kilómetros. He recorrido 4.260 desde Madrid hasta aquí y uno 2.500 desde el Trópico hasta Madrid. Unos 6.800 kilómetros desde el sur de Marruecos hasta el norte de Noruega.
Trabajo por la mañana en escribir sobre el viaje y pregunto en la recepción del hotel si hay algún tipo de señal que permita saber si uno ha llegado al Círculo Polar Ártico. Una chica muy amable, que me entiende mal, me contesta: «No, no se nota nada al cruzarlo. No hay ninguna diferencia entre estar al sur o al norte del círculo polar».
Aclarado el asunto, dispuesto a encontrar las señales, subo al coche. La última vez que piso el suelo antes de cruzar la línea del círculo. Antes de subir al coche me aseguro de que el nivel de aceite es correcto. En los 4.500 kilómetros que han pasado desde la revisión ha consumido de forma inapreciable. La temperatura es buena y el día soleado. La lluvia no pasó el túnel.
La carretera hacia el círculo polar tiene poco tráfico, es buena y agradable de conducir. Lo habitual después de Trondheim. La nieve aparece en cualquier elevación.
En la carretera adelanto a autobuses turísticos. No recuerdo haberlos visto antes. Y a unos 85 kilómetros de Mo i Rana, en uno de los parajes más feos de todo el viaje, el Círculo Polar Ártico.
Llego con el Golf, claro.
La zona no tiene ningún encanto. Como me decía la mujer del hotel, no se nota nada. Un cartel deslavazado te da la bienvenida en casi muchos idiomas europeos.
Hay un edificio básicamente destinado a tienda de souvenirs. No compro nada. Me quedo con los recuerdos del viaje.
No me quedo a ver el sol de medianoche. Es imposible en un lugar tan inhóspito. Aun así, aquí, en el círculo, acaba el viaje. Ése era el pacto. Del trópico al círculo. Hoy he recorrido la última etapa. Que el final se encuentre en el lugar más feo de todo el recorrido no cambia nada. Sólo es el final.