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Viajar en coche 30-01-2000
  Javier Moltó

El hábitat natural del León es el parlamento. En las cortes españolas hay dos y en el parlamento de Estrasburgo uno. Nuestro León azul. (Ah, si hubiera sido amarillo, qué foto más vistosa hubiera quedado. La amabilidad del vigilante que nos dejó meter allí el coche merecía mejor resultado).

Estrasburgo tiene una catedral y un reloj astronómico, callecitas y bares que hay que visitar (a pesar del frío) y al final se retrasa la salida. Dejamos Estrasburgo sobre las 14:30 y calculamos llegar a Venecia entre nueve y diez de la noche. Salimos dispuestos a llegar a la isla del adriático, después de dejar Francia, pasar por Alemania, cruzar Suiza y entrar en Italia por el Lago di Como.

Rápidamente empiezan las intromisiones. Lucerna es la primera. La sirena de hielo nos llama desde el lago para que bajemos a visitarla. El León obedece, se deja seducir, y bordea el lago sumiso. Por las calles de la ciudad camina la gente con los esquíes al hombro, el viento helado en la mirada y el lago siempre en el fondo de ojo. Lucerna atrapa con su imán de agua.

Salimos hacia la autopista media hora después, con una estela de agua tras el coche que lastra la velocidad y las ganas de llegar hasta Venecia. "De noche no vemos el paisaje alpino" y "a Venecia hay que llegar con luz" son dos argumentos sólidos para dar marcha atrás. Después de pasar el primer túnel de 9,5 kilómetros la añoranza del lago es demasiado fuerte.

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